lunes, 14 de noviembre de 2011

LA DIOSA, LA BESTIA Y EL BASTARDO 1

Desde muy pequeña, Andrea Mendoza estuvo consciente de que había nacido para gobernar la vida de todo aquel que se cruzara en su camino. Esa seguridad y soberbia aplastante que mostraba a lo que se le sumaba su vanidad y su belleza le servían para hacer con cualquier persona lo que se le antojara.

Solo habían dos opciones para cualquier mortal: entregarse al capricho y la voluntad de aquella joven sin ofrecer resistencia alguna o intentar enfrentarla y desairarla para tarde o temprano, sucumbir ante ella.

En cualquier caso, Andrea Mendoza siempre se alzaba con la victoria. Mujeres, hombres; daba lo mismo, a quien ella quisiera, la tendría rendida ante sus pies.

La belleza de Andrea Mendoza se podía considerar un verdadero obsequio, obra de los Dioses; a pesar de ser una mortal de carne y hueso, su belleza era tal que no se logra comprender si en verdad pertenecía tal belleza a éste mundo; era demasiado, una obra maestra de los pies a la cabeza.

Desde su infancia que se fue acostumbrando a ser llamada por casi todos a su alrededor: “Linda”, “Guapa”, “Princesa”, “Bonita”. Su nombre siempre iba acompañándose de títulos y distintivos tales como: “La Hermosa Andrea”, “La Preciosa Andrea”, “Princesa Andrea”, “Divina Andrea”. La niña no cabía en orgullo y vanidad.

Desde temprana edad que dejó volar su imaginación para trazar su vida, sus objetivos y ese ego aplastante que le daba el ver y comprobar como todos se rendían ante sus caprichos la hizo armarse de mucha mas confianza, la cual iba aumentando hasta llegar el momento en el que la propia Andrea decidió que era mas que una niña hermosa, mas que una joven princesa, mas que una reina a la cual todos le deben rendir pleitesía.

¿Qué era entonces Andrea Mendoza? ¿Qué decidió ser conforme al grado de adoración que la mayoría que la rodeaba, le profesaba?;

¡Una Diosa! Esa era la distinción correcta, la más acertada.

Andrea Mendoza decidió autoproclamarse como una auténtica Diosa. ¿Por qué? Por que se sentía una verdadera Diosa; por esa sencilla pero fundamental razón.

Se sentía adorada, venerada y le fascinaba sentirse así, el centro de todo, a la que debían rendirle culto y justamente adoración.

La infancia de Andrea marcó el camino por el cual debía recorrer para ir cumpliendo sus objetivos, ahí se fue formando y comprendiendo el poder de su seductora belleza, se fue familiarizando con las armas que contaba, se fue sintiendo superior a los demás al grado de despreciar a todos y tan solo servirse de las personas para su capricho en turno.

Sintiéndose superior fue generando egoísmo, despotismo, soberbia en su manera de comportarse.

Andrea Mendoza vivió todo un proceso hasta llegar a la cima, justo donde deseaba estar, en lo mas alto; sintiendo a todos quienes la rodeaban, sometidos por debajo de las plantas de sus pies.

Dicho proceso inició forzosamente como debía ser, con el nacimiento de la Diosa Andrea Mendoza; de ahí continuaría con el desarrollo de la Diosa en crecimiento hasta llegar al culmen de la obra, justo después de superar con éxito todas las pruebas y de haberle ganado a aquellas dificultades por inferiores que hayan sido pero que invariablemente se presentan en la vida de todo ser humano.

Andrea aplastó todo y a todos a su paso y aunque no fue de la noche a la mañana, logró posicionarse en una condición en la cual ya nada ni nadie podía detenerla, bueno, casi nadie.

Sin mayor preámbulo, conozcamos pues la controvertida historia de Andrea Mendoza, historia a la cual todos estamos invitados a descubrir.

DE LOS 11 A LOS 13 AÑOS.

— ¡Venga Manolo, adivina quien es la niña mas hermosa de toda la escuela, del rumbo, de la ciudad, del país, del mundo; dale Manolito, adivina quien es la niña por la que todos mueren, daaaaaaaaale Manolo!— reclamaba la niña Andrea la atención de su hermano 8 años mayor que ella.

— ¡No lo se mmmmmm no, ni idea!— le respondía Manolo con pereza y sarcasmo. Sarcasmo que pasaba desapercibido para su hermanita en aquel momento.

— ¡Ohhhhhhhhhh Manolo pero si es muy fácil, la tienes justo enfrente!— volvía a la carga Andrea totalmente entusiasmada, con una enorme y brillante sonrisa en su tierno y fino rostro.

— ¡Mmmmmmm pues no, por mas que me quiebro la cabeza no logro dar con lo que quieres saber! ¿Y sabes qué?;

— ¿Qué?— preguntó Andrea.

— ¡Apúrale a comer!— le exigió Manolo.

— ¡Nooooooooo Manolo primero tienes que saber quien es la niña mas hermosa por la que todos mueren, ayyyyyyyyy Manolo piénsale solo tantito!— insistía berrinchudamente la niña, golpeando el piso repetidas veces con los pies.

Manolo la ignoró. Soportar a Andrea no era nada sencillo y cualquiera terminaba cansándose. Andrea se dio por vencida ante el silencio de su hermano y ligeramente ofendida se levantó, lo sorprendió golpeándolo en la cabeza con la palma abierta de su mano a tiempo que le gritaba:

— ¡Pues yo Manolo, sí serás burro, yo soy esa niña hermosa por la que todos mueren!— finalizó para marcharse mucho mas ofendida e indignada ante el comentario burlesco del joven y la risita de Graciela.

— ¡Uyyyyy claro, cómo no darme cuenta, gracias, en verdad que nunca hubiese descifrado tal misterio!;

Andrea captó el sarcasmo. Podía dignarse a tolerar a su hermano muy de vez en cuando pero no a su odiada hermana Graciela 2 años mayor que ella. Graciela simplemente la sacaba de sus casillas, no coincidían en nada, no tenía por que soportar tal risita burlona y por supuesto que no se la toleró.

— ¡Tú de qué te ríes maldita BESTIA del demonio, escoria, engendro!;

— ¡Basta basta ya!— gritó Manolo reteniendo a Andrea que decidida se había ido en contra de su hermana para golpearla.

Manolo la abrazó sujetándola con firmeza; Andrea pataleaba enfurecida y mas se enfureció al grado de llorar de coraje ante la risita sangrona que continuaba dibujada en el feo rostro de Graciela.

— ¡QUE NO SE RÍA DE MÍ MANOLO, SE ESTÁ RIENDO DE MÍ!— gritó rabiosa Andrea.

— ¡BASTA LAS DOS!— intentó Manolo poner un poco de orden— ¡Basta o te toca lavar los platos!— se dirigió el joven hacia Andrea ante la terquedad de ésta de zafarse de sus brazos.

— ¡Yo no lavo nada y ésta perra no se ríe de mí!— dicho esto, mordió a Manolo, consiguió zafarse y se fue a golpes sobre su hermana.

Graciela toleró los impactos, mas bien, los controló sujetándole las manos a Andrea; ambas forcejearon. Andrea estaba hecha una auténtica furia pero físicamente no podía competir con Graciela quien se hartó del comportamiento de la menor de la familia Mendoza y la empujó violentamente.

Andrea salió disparada y terminó en el piso golpeándose sus nalguitas y la cabeza en la pared.

— ¡AHHHHHHH AYYYYYYYYYYYY BUUUUAAAAAA DUELE DUELE!;

Andrea rompió en llanto; impotente y adolorida se acurrucó amargamente a llorar en el piso mientras no decidía si tallarse la cabeza, las nalgas o ambas partes a la vez.

Graciela por su parte se sintió satisfecha de su acto y marchó burlona a su habitación. Manolo respiró profundamente y tomándose su tiempo se dirigió en dirección a Andrea para levantarla, auxiliarla y consolarla.

— ¡VÓMITO, ERES UN VÓMITO!— gritó con todas sus fuerzas Andrea desde el piso.

Graciela hizo caso omiso a tal comentario. Manolo meneó la cabeza a modo de negación respirando afligido. No le hacía gracia el llanto de Andrea pero tampoco podía ni se atrevía a reprocharle a Graciela su proceder, no al verla subir las escaleras con evidentes lágrimas en su nada agraciado rostro.

Era claro que las ofensivas palabras de Andrea surtían efecto; ella lo sabía y por ello siempre se empeñaba en ofender a su hermana de todas las maneras posibles que se le ocurrieran.

— ¡No me defendiste Manolo, no lo hiciste y me golpeó, esa maldita Bestia me puso las garras encima en mi fina piel y tú no hiciste nada!;

— ¡Tú iniciaste y no fue nada, no te quebró en dos! ¿O sí? Venga, déjate de tanto drama— le dijo ayudándola a levantar.

Al instante, Andrea se le fue a golpes a su hermano; éste, como siempre, se dejó que la niña se desahogara en él, tan solo le dio la espalda y la enfurecida Andrea lo surtió a golpes y patadas para cerrar con broche de oro, como sucedía casi al diario.

— ¡Eres un imbécil Manolo, no me defendiste pero no es de extrañarse, no se puede esperar nada bueno de un Bastardo, mamá debió dejarte morir en el basurero!;

¡Sí! Lo había dicho de nuevo. Cada día prometía no volver a ofenderlo de aquella infame manera pero cada día lo volvía a repetir.

Al instante Manolo se dio la vuelta; sus ojos se inyectaron de coraje, de impotencia, de lágrimas, temblaba, mantenía los brazos al aire como amenazando con golpearla; al final impactó la pared con un potente puñetazo.

Quiso enfrentar a la niña pero ésta y su aplastante carácter, a pesar de la corta edad con la que contaba, terminaron por derrotarlo.

— ¡BASTARDO, ERES UN BASTARDO, BASTARDO BASTARDO!— le gritó sin piedad.

El joven no logró resistirlo. Se mantuvo con el rostro escondido junto a la pared y lloró igual o con mas potencia de lo que lo había hecho su hermanita.

Una cruel sonrisa se dibujó en el rostro de la niña; solo el ver en tal estado al joven la hizo sentirse ligeramente satisfecha, solo así sintió que sus lágrimas habían quedado compensadas.

— ¡SUCIO, MISERABLE BASTARDO!— le gritó una vez mas antes de dejarlo solo.

Manolo terminó sentado en el piso consolándose él mismo, miró el reloj, aun faltaba para que llegara su madre del trabajo y había que lavar platos y cubrir demás ocupaciones que requería su hogar a lo que se repuso o al menos lo intentó, comprendiendo que aquella escena no sería la última vez que se diera; era el pan, el amargo pan de cada día.

Ciertamente las crueles y despiadadas palabras de Andrea con toda la dureza y la intención exclusiva de ofender y lastimar, no dejaban de ser la puritita verdad; muy duras pero muy ciertas.

El gran error de su madre, como así lo reconocía cada día aunque ya demasiado tarde, fue contar un bendito día a Andrea el origen de aquel joven que la adoraba y que la llamaba: “Hermanita”. Pero que no tenían parentesco alguno.

Ocho años tenía el pequeño Manolo cuando fue testigo por segunda vez de un nacimiento; en ésta ocasión se trataba de la nenita Andrea, dos años antes había presenciado el nacimiento de Graciela.

Su madre Karina vivía su vida con pasión e inocencia, no sabía decir no y la verdad, tampoco sabía permanecer con las piernas cerradas; el caso es que el hombre en turno le dejaba el paquetito y marchaba para no volver a verla jamás.

Esto no tenía que ver nada con que la señora no fuera atractiva o sea un ogro en carácter pero así las cosas y así se acostumbró a vivir como madre soltera con el nacimiento de Graciela y más tarde, Andrea.

Años antes, en una fría noche; Karina vio interrumpido su sueño con los evidentes llantos de una criatura, se lo pensó para levantarse y al final se decidió a salir y echar un vistazo a la calle, nada mas hacerlo reprimió un grito de horror llevándose las manos a la boca.

— ¡Dios santo!— exclamó finalmente.

Se trataba de un varoncito recién nacido, lo habían abandonado vilmente en el basurero, a la entrada de la casa de Karina quien simplemente no tuvo el negro corazón que la persona en abandonarlo sí tuvo.

Al instante lo sacó del miserable contenedor en donde lo habían depositado y tomándolo entre sus brazos, lo apretó sobre sus pechos y se metió en su vivienda.

Sin pensar demás decidió adoptarlo; ni siquiera dio aviso a las autoridades, bueno, sí lo hizo pero éstas no se interesaron en absoluto del destino ni la procedencia de la criatura y aquella muestra de rechazo y desprecio ajeno logró que Karina se encariñara aun mas con el niño al que bautizó con el nombre de Manuel, Manolito, como siempre lo llamaba.

Karina se dedicó en cuerpo y alma al niño y ello significó trabajar mucho mas, doble turno, doble esfuerzo; siendo soltera y con la única responsabilidad del niño no le ofreció mayor problema pero el tiempo pasa y nació Graciela y el tiempo pasa y nació Andrea y el tiempo pasa y Karina no tenía de donde afianzarse como un soporte para toda la carga que ya tenía encima.

Perdió el trabajo, tardó para conseguir otro, se le cerraron puertas; las cosas se ponen difíciles para una mujer embarazada y mas tarde peor aun para una madre y sus tres hijos pero Karina valientemente enfrentó todo, tomando al toro por los cuernos y supo salir adelante.

Se sintió correspondida por parte de Manolo quien resultó una verdadera bendición más que apoyo para su madre adoptiva.

Karina, sincera desde el principio, a muy corta edad comunicó a Manolo su origen tal y como había sucedido, el chico maduró antes de tiempo, lloró lo que tuvo que llorar pero enseguida se dedicó a pagarle a su madre con fidelidad, cariño y obediencia.

A sus 19 años, Manolo se hizo conocedor de diversos oficios con los cuales apoyaba económicamente a su madre y hermanas. No le era necesario un título universitario para traer el pan a su casa, el chico era listo, simpático y muy apuesto a lo que se las ingeniaba de mil maneras para siempre apoyar a su madre y de paso cumplirle el capricho en turno a sus hermanas menores, mas bien, los caprichos de Andrea a quien Manolo sencillamente adoraba a pesar de lo ruin que ésta se comportaba con él.

El delito de Karina era solo uno pero devastador y era haberle comunicado a la pequeña y según ella tierna e inofensiva Andrea, el origen de su hermano. Desde aquel momento ni Karina ni Manolo volvieron a vivir en santa paz.

Andrea era una niña odiosa, odiosa en verdad. Lo que tenía de hermosa, solo se podía comparar con lo egoísta, caprichosa, vanidosa y cruel que ya era desde muy niña.

Andrea desde que supo la triste historia de Manolo sintió de todo menos compasión, ni siquiera consideración y desde ahí que no había día que no le gritara despectivamente: “Bastardo”.

Buenas tundas le habían costado sus crueles expresiones, cortesía de su madre pero Manolo que la adoraba y que se la pasaba adivinándole el pensamiento, intervenía en su defensa justificándola pues tan solo era una niña. El caso era que nada impedía que los dulces labios de Andrea le cantaran a diario como lo encontraron y rescataron del basurero.

La vida de Karina estaba llena de acontecimientos en su mayoría difíciles y contradictorios y la pobre aun se pregunta ¿Por qué? El por qué de la diferencia abismal entre Graciela y Andrea.

El destino, la naturaleza, el creador universal; todos se habían ensañado en la pobre Graciela y obsequiado lo mejor a Andrea.

Con tan solo dos años de diferencia entre ellas pintaba para que se relacionaran lo mejor posible pero no era así y no era así por que Andrea era cruel de nacimiento a la vez que hermosa.

A sus once años, Andrea era una preciosidad; clara de color, cabello lacio y largo, una mirada que desde ya te hipnotizaba, una sonrisa mucho mas hechizante y cautivadora, delgada, su cuerpo presumía que pronto sus atributos serían perfectos. La niña era una maravilla físicamente hablando.

No se podía comentar lo mismo de Graciela, ni siquiera decir que era fea y ya, es que en verdad que la pobre era un abismo en comparación a su hermanita. Era fea fea fea, con los dientes torcidos, chuecos a pesar de pasar de odontólogo tras odontólogo, no había quien aceptara el reto de componer esa dentadura.

Orejona pero orejona de verdad; caminaba sin gracia, sin esa gracia femenina que las niñas muestran desde temprana edad. ¡El colmo! A sus trece años se mandaba una santa joroba que iba aumentando como ella iba creciendo y que amenazaba con no despegarse jamás de ella.

Todo aquello daba como resultado que caminara y se desplazara siempre torpe y ridículamente.

Sin ánimo de perjudicarla más; Graciela con su sola presencia ofendía a la niña Andrea. Nadie creía ni se explicaba el que fueran hermanas; la madre no era fea, los padres en turno tampoco, entonces; ¿Qué sucedió?;

La única realidad, cruel realidad era representada por la fea humanidad de Graciela.

A la medida que las hermanas fueron creciendo, Karina se vio obligada a favorecer a Graciela, esto por obra de la crueldad y maldad gratuita que Andrea demostraba para ella; no le daba descanso en mortificarla, hacerla sufrir, provocarle el llanto eran sus pasatiempos favoritos de Andrea, sumándose a estos el fastidiar también a Manolo.

Graciela se cansó de llorar y ganando en físico y edad y con el respaldo de su madre, se cobraba cada ofensa de su hermanita con golpes y más golpes aunque en muchas ocasiones Manolo salía al rescate de Andrea.

Manolo al igual quería mucho a Graciela; sentimientos mezclados de pena y consideración pero le agradecía que ésta jamás le gritara a la cara su lastimoso origen; aun así con quien Manolo convivía todo el día era con Andrea, incluso compartían habitación y eso le traía dificultades con Graciela.

Sin duda alguna, una vida y un ambiente nada cómodo era lo que se percibía en ese hogar y siempre, siempre había algo que les pusiera los pelos de punta a todos, gracias a la niña Andrea.

Su última fechoría: la habían corrido de la escuela por escupirle la comida a la cara a una maestra. Lo que le costó a Manolo en dinero y esfuerzo el que la aceptaran en un prestigioso colegio privado. En menos de tres meses, la habían echado.

Con éste ya sumaban al menos varios colegios en donde a Andrea no la deseaban ni en pintura. ¡Sí, odiosa de verdad la niña!;

Ella culpó a la maestra de haberla provocado, daba lo mismo, estaba fuera.

Manolo fiel a su dócil comportamiento con su hermanita, la justificó ante su madre culpando a sus no menos odiosas amiguitas de aquel colegio y algo tenía de razón.

Aquellas niñas no eran peores ni mejores que Andrea; el punto es que ellas pertenecían a familias poderosas, Andrea no. Si una de esas niñas hubiese hecho lo que Andrea hizo, seguro que la maestra le ofrecía de nuevo la cara para que siguiera divirtiéndose y escupiéndosela.

No era el mismo caso con Andrea a quien echarla no representó mayor problema ni mucho menos fue complicado explicarle los motivos al joven Manolo. No hubiese sido igual ni de broma, si se hubiese tratado de alguna de aquellas señoras estiradas y altaneras, madres de las amiguitas de Andrea.

Manolo no se complicó mas la vida e inscribió a Andrea en escuela pública, de gobierno; ni que decir las rabietas que ésta hizo pero encontró sus ventajas. Desde el primer día se convirtió en la reina de los niños puesto que en el colegio privado solo acudían niñas.

Andrea de inmediato puso su mentecita a trabajar para sacar partida de la buena impresión que había generado entre los niños y claro, se dedicaría a molestar a las niñas que ya se la comían con la mirada.

— ¿Me acusarás con mamá Manolete?— preguntaba burlona Andrea a su hermano mas tarde en su habitación.

Éste la ignoraba; Andrea lo abrazó rodeándole el cuello con sus brazos. Manolo se sintió desarmado ante la suave piel de la niña y el agradable aroma que provenía de su cabello y que le cubría a él su rostro.

— ¿Manolete?— continuaba risueña Andrea. El joven permanecía callado. Andrea lo besó en la mejilla izquierda.

— ¡Ya Manolo bájale, no te vuelvo a decir Bas.....! ¡Bastardo!— complementó la palabra en voz baja ante la mirada de reproche del joven— ¿Vale, contento?;

— ¿Es una disculpa?;

— ¡Jajajajajajajajajaja!— se rió alegremente Andrea— ¡Sueñas Manolo, Andrea Mendoza nunca se disculpa ni tampoco se arrepiente!;

— ¡Entonces no sientes lo que dices!— le reclamó Manolo.

— ¡Ayyyyyyyy ya Manolete!— contestó Andrea trepándose sobre las piernas de éste y ganándole una batalla más con otro beso en la mejilla.

— De todas formas Graciela lo hará— le aclaró su hermano.

— ¡No me importa lo que diga la Bestia!;

— ¡ANDREA!— la reprendió suavemente el joven, sin llegar a excederse.

Andrea subió graciosamente los hombros— ¡Tú dirás que no es cierto!— concluyó. Manolo suspiró resignado.

— ¡Venga Manolo, todavía no viene mamá, juguemos a algo!;

— ¿Por qué no jugamos a que haces tu tarea?;

— ¡No es divertido!— le recriminó Andrea.

— ¡Haz tu tarea!— insistió Manolo; el único interesado en la educación de la niña. Su madre ya había abandonado esa misión al imaginar desde esa instancia que Andrea no tenía remedio y que iba de mal en peor.

— ¡Hazla por mí!— se burló Andrea bajando de las piernas del joven y buscando en qué matar su tiempo— Y de paso, repasa mis zapatos que están llenos de polvo.

Manolo tan solo se quedó pensando en lo dicho por su madre hacía cosa de unos días. ¡Está de mas hijo, tu hermanita no tiene remedio, es en verdad un caso perdido!;

— ¡NO!— se dijo Manolo— ¡Es una niña y será una niña de bien!— se ofreció ánimos a sí mismo en continuar con la difícil labor de educar a su hermanita, a pesar de que ésta, la única tarea con la que cumplía diario era precisamente la de recordarle que no eran hermanos.

— ¡Buenos días perdedores!— expresó Andrea bostezando en un nuevo día de su placentera y ociosa vida.

— ¡Mi desayuno Manolete!— le exigió al joven pasados escasos segundos en que tomó asiento y no tenía aun sus alimentos.

Karina meneó la cabeza en clara muestra de reproche hacia sus dos hijos— Andrea nunca aprenderá y Manolo se está convirtiendo en su pelele— pensaba la señora silenciosamente; no intervenía de mas, muchas veces lo había hecho y se había convencido de que ninguno cambiaría.

Por su parte, Graciela no dejaba de observar ni disimular con una sonrisa burlesca a su hermanita, se reía de lo ridícula que ésta lucía con su pijama de tigre, pantuflas incluidas.

Andrea contaba con pijamas de todos los modelos carísimos con los que se topaba en el centro comercial y que exigía a Manolo que se los comprara; éste, después de la clásica rabieta de la niña, accedía a complacerla.

Tenía de oso, gato, perro, mono, conejo, tortuga y ese día presumía su pijama de tigre.

Graciela se moría de las ganas mas que de burlarse de Andrea, de bromear con ella, de convivir pero prefirió abstenerse para no arruinarse el desayuno y de paso el de su madre.

Cierto era que si no había una buena relación entre las hermanas, era única y exclusivamente por el odioso modo de ser de Andrea; con justa razón se merecía todo lo que Graciela en ocasiones se cobraba con ella.

— ¡Más cereal Manolo más!— jugaba Andrea como siempre solía hacer.

Manolo sonriente la golpeó en la cabeza suavemente, solo con la intención de tumbarle su capucha de tigre.

— ¡Mas Manolete mas!;

— ¡Te lo comerás todo, no me salgas después con tus bromas de mal gusto!— le advirtió Manolo.

— ¡Que sí niño, tú echa mas!;

Al cabo de unos minutos; Graciela y su madre abandonaron el comedor, dejando a un preocupado y molesto Manolo, batallar con su odiosa hermanita.

— ¡Ya no lo quiero, tiene mucho, no me gusta éste cereal!— le dijo secamente y con una cínica sonrisa.

— ¡Ahora te lo comes Andrea!— le exigió Manolo muy serio pero su expresión tan solo divirtió a la niña quien mas se sonrió en cuanto vio a su hermano arrodillarse, abrazarla y acariciarle su cabello al tiempo que le hablaba tiernamente.

— ¡Cariño, por favor, venga, se hace tarde y ni siquiera te haz puesto el uniforme, no quiero que llegues tarde de nuevo a la escuela y a mí se me hace tarde para el trabajo, venga hermosa hermanita, regalo de los Dioses!— se excedió Manolo en halagos pues el quedar solo con Andrea en el comedor le generaba confianza para adular todavía mas a la niña.

— ¡Manolito Manolito!— se reía a gusto Andrea mientras le devolvía al joven las caricias en el cabello— ¡Tranquilo niño que dormí con el uniforme, lo tengo debajo de la pijama, así que desayuno y listo!;

— ¡Uffffff!— respiró un poco más aliviado el joven pero enseguida volvió a apresurar a la niña al ver que ésta no se daba prisa.

— ¡Venga Andrea, venga que el reloj no se detiene!;

— ¡No me presiones Manolete y mejor ve por mis zapatos para adelantar!;

Manolo salió disparado con tal de ganar algo de tiempo, al regresar con los zapatos negros escolares de Andrea, se topó con su madre y Graciela. Ambas se disponían a salir y de ambas recibió una sonrisa un tanto cortante y que mas que nada, le transmitió al joven la compasión que sentían por él pues verdad que era un infierno el estar a lado de Andrea y mas lo era el enfrentar el reto de cumplirle cada uno de sus benditos caprichos y el joven Manolo había aceptado el reto que abandonó su madre.

Karina se ocupaba de llevar a Graciela todos los días a la escuela y ya de ahí marchaba para el trabajo. Manolo hacía lo propio con Andrea. Karina no se ocupaba en nada de Andrea pues se le había acabado la paciencia con ella y a punto estuvo de que la corrieran del trabajo gracias a los retrasos diarios de la niña donde a final de cuentas, ni ella llegaba a tiempo al colegio ni su madre al trabajo.

De ahí que Karina le puso el ultimátum y Manolo intervino haciéndose cargo de tal labor.

— ¡Esos zapatos no están limpios Manolo; Andrea Mendoza no se pone unos zapatos sucios!— le dijo altanera.

Manolo respiró profundamente, pensando en que era muy temprano para amargarse; tomó un trapo y echado en el piso, se dispuso a limpiar los zapatos de la niña mientras ésta lo observaba con placer y muy de vez en cuando, se llevaba a la boca una cucharada de su cereal con leche y fresas.

— ¡Quedarían mejor si les pasas la lengua!— se daba el gusto Andrea de burlarse todavía mas del joven— ¡Eyeyeyeyeyeyeyeyeyeyey el beso Manolo, Andrea Mendoza no se pone calcetas ni zapatos si antes no le besan las plantas de sus pies!— le recordó mientras apartaba sus pies en el momento que Manolo le zafó las pantuflas y pretendía ponerle las calcetas.

Solo a Manolo se le pudo haber ocurrido acostumbrar desde bien pequeña a su hermanita a tratarla como una verdadera princesa al besarle cariñosamente los pies. Ahora a sus once años, al joven no le hacía tanta gracia que Andrea le exigiera siempre el que le besara las plantas de sus pies para posteriormente calzarla.

Lo peor era cuando se lo exigía frente a su madre y hermana o alguna que otra de sus amiguitas pero así las cosas; era el resultado de lo que el joven inició como un juego, ahora Andrea se lo tomaba muy en serio a lo que Manolo era en parte el responsable de haberla malcriado y que a éstas alturas, Andrea no se dignara ni siquiera a ponerse o quitarse los zapatos por sí misma y exigir su sagrado beso en sus finas y blancas plantas.

La niña sintió un agradable cosquilleo recorrer todo su ser en el momento en que su hermano pegó sus labios en sus plantas y tras mostrarle sus respetos, procedió a calzarla.

— ¿Todavía no acabas de desayunar?— la reprendió.

Andrea frunció la ceja en clara muestra de enojo.

— ¡Tú igual y no acabas con mis zapatos!;

Manolo la miró fijamente luego de observar como los zapatos brillaban.

— ¡Ahí están sucios!— le señaló Andrea en dirección a sus pies.

— ¿En donde?— preguntó Manolo pacientemente.

— ¡Aquí!— le contestó riendo al mismo tiempo que groseramente arrojaba el resto de su desayuno sobre sus zapatos— ¡Listo Manolo, ya acabé de desayunar y tú no terminas con mis zapatitos, el lento y el torpe eres tú Manolete!— le dijo muy divertida.

Poco a poco dejó de sonreír al ver el semblante triste y hasta ligeramente lloroso del joven. Levemente la niña se retractó al cuestionarse si no se había pasado tantito con la única persona que le demostraba su amor y adoración en todo momento.

— ¡Ey Manolín se nos hace tarde!— le dijo tronándose los dedos, ofreciéndole los pies para que de nuevo le limpiaran su calzado.

Manolo como un robot, la descalzó, los limpió y se los volvió a calzar mientras Andrea se quitaba su pijama. No pronunció palabra alguna el joven en todo ese lapso.

Andrea se mantuvo incómoda por apenas segundos; en nada sonrió burlona, no era la primera ni la última ocasión que se comportaba así con él, las habían peores, aquellas en las que Manolo terminaba hasta llorando, conteniéndose por no estrangular ahí mismo a aquella niña que simplemente le tenía robado el corazón.

— ¡Éste casco no me gusta Manolo, no veo nada!— se quejaba Andrea antes de abordar la motocicleta de su hermano.

— ¡Tú perdiste el otro!— fue todo lo que Manolo dijo— Sujétate fuerte— agregó para partir a toda prisa al colegio.

— ¡Oye Manolo! ¿Verdad que soy la sensación? Mira nada mas la cara de tarados que ponen todos los niños apenas llego y esas bobas uyyyy se mueren de envidia al no ser nada ante mi divina presencia. ¿Verdad Manolo?— comentaba llena de orgullo la niña a la entrada de la escuela.

Manolo prefirió ignorarla. Andrea observó por un momento a su hermano y con indolencia y estudiada elegancia estiró la mano, la fue subiendo con cierta pereza hasta bajarla lentamente y dejarla extendida para que el joven se la besara.

¡Otra bendita costumbre adoptada desde años atrás! Sin demorarse, Manolo besó la mano de su hermanita; Andrea repitió la operación con la otra mano y al igual Manolo posó sus labios en ella, mientras tanto la niña miraba a todos y todas a su alrededor con superioridad, con la amplia certeza de saber y sentirse la sensación entre los niños así como representar el dolor de cabeza de muchos de ellos y la causa de no conciliar el sueño por las noches, así como también era la envidia de las niñas que la celaban a morir.

Continuará………………………………………….

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